80 años del Partido Popular

Hoy hay más populares que partido.Esas son las primeras palabras que me vienen a la mente ante el 80 aniversario de la fundación del Partido Popular Democrático. Por eso dirijo mis palabras a los populares, más que al PPD. Algunos se sorprenderán pensando que ambas cosas son lo mismo, pero una cosa es la gente de carne y hueso, que se llaman así mismos “populares” y “los de la pava” y otra cosa es la estructura burocrática y de posiciones que forman el Partido Popular. Los populares son los dueños del partido, pero no son el partido.

Hay que reconocer lo logrado en esos 80 años porque ningún partido político en la historia de Puerto Rico ha durado tanto. Todos los partidos que existían cuando se fundó el PPD ya no existen y ese logro de supervivencia y resistencia les pertenece a todos los populares.

El Partido Popular se fundó con unos ideales claros de justicia social y un convencimiento absoluto de que los puertorriqueños eran los que mejor podían gobernar a Puerto Rico. En 1948, el PPD logra que se elija el primer gobernador puertorriqueño electo por los puertorriqueños. El Estado Libre Asociado llega cuatro años después como resultado de esa agenda. Ese ELA nos dio mayor poder para gobernarnos y el mayor progreso en quinientos años de historia y el surgimiento de una clase media vigorosa.

Al cumplir 80 años esos logros se encuentra semi-destruidos y tristemente en decadencia.

Ante ese escenario y luego de recordar lo alcanzado, lo primero que los populares tenemos que preguntarnos en este momento histórico es: ¿terminó la encomienda del Partido? Admito como popular que la pregunta es dura. No sé la respuesta, pero hay que contestarla. Concluir que terminó la encomienda, no es derrotarse, sino todo lo contrario, es reconocer un deber cumplido. Decidir que la encomienda continúa, sin saber el por qué y para qué, sería engañarnos. Quiero hoy ofrecer unas guías de lo que tiene que contestarse cada popular, para llegar a la respuesta del futuro.

Lo primero es si se entiende que necesitamos una relación económica y política nueva y diferente con los Estados Unidos. Estamos en el peor momento de esa relación y desde el Congreso y los tribunales federales nos la redefinen todos los días sin nuestra participación y avanzando los intereses de otros. Hay quienes postulan que eso no es importante y que la definición ideológica cuesta votos, pero el presente nos ha demostrado que la indefinición es la que cuesta votos. Muchos populares me dicen que ya no saben qué representa el partido y qué significa. La indefinición ha debilitado el sentido de propósito y pertenencia.

Segundo, los populares tenemos que contestar si queremos elaborar una nueva definición de lo que es ser partido de centro. Ese espacio que nuestro partido ocupó por muchos años está vacío. Lamentablemente, los extremos dominan el discurso público.

Tercero, los populares deben aclarar cuál es la relación que quieren con esa junta de control fiscal. Esa junta, salvo que ocurra algo inesperado en los tribunales o en el Congreso, va a estar ahí -quizás- por los próximos 10 años. Claramente, la ambivalencia del gobernador Ricardo Rosselló nos está costando.

Al contestar estas y otras interrogantes, tenemos que borrar de nuestra mente la premisa de que la fuerza está en el consenso. Esa palabra por sí sola no tiene valor positivo ni negativo. La clave es: consenso para qué. Si el consenso es para evitar decidir, para procrastinar, para posponer la toma de posiciones, el consenso se convierte en debilidad.

Si hay respuestas unitarias a estas interrogantes, la encomienda habrá quedado redefinida.