Cuando aprobaron sin vistas públicas la ley para quitarle derechos a las uniones, yo no dije nada porque no soy líder sindical; cuando botaron a todos los empleados públicos transitorios, yo ni me inmuté, porque yo no soy empleado transitorio; cuando aprobaron sin vistas públicas la Ley 7 para botar a 30 mil empleados públicos, yo no me preocupé porque yo no soy empleado público; cuando botaron a miles de empleados públicos, yo no solté una lágrima, porque a mí no me botaron; cuando confirmaron a un Juez del Tribunal Supremo en 24 horas, no dije nada porque yo no llevo casos en el Supremo; cuando a espaldas de los universitarios, sin vistas públicas, legislaron para añadirle cuatro síndicos PNPs a la Junta Síndicos, yo miré para el otro lado porque no soy universitario; cuando fueron a eliminar de un plumazo el Corredor Ecológico del Noreste, yo no me preocupé porque yo no sé ni dónde está el Corredor Ecológico; cuando declararon un estado de emergencia energético para poder aprobar el gasoducto sin vistas públicas y a la carrera, no dije nada, porque no soy ambientalista y el tubo no pasa por mi pueblo; cuando aprobaron el nuevo impuesto de 4% a las industrias un sábado, de sorpresa, sin vistas públicas y sin que nadie lo supiera, no hice nada, porque yo no trabajo en esas fábricas y mucho menos soy el dueño de ellas, cuando
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– Juan y Juana del Pueblo
Para algunas de estas medidas que se han aprobado a la cañona en estos dos años, sin diálogo ni búsqueda de consenso, quizás había buenas razones para aprobarlas. Quizás. (Para la mayoría no había ni hay buenas razones). Pero aparte de su contenido, el estilo, la forma y el proceso de aprobación, retrata claramente a los que hoy ejercen temporalmente el poder público.
Recientemente, he escuchado a muchas personas celebrar que se le haya impuesto esa nueva contribución a las farmacéuticas y a otras industrias bajo el argumento de que esa gente puede pagar. Quizás. Yo pienso que pueden pagar más. Pero ese no es el punto medular. Muchos de los que hoy aplauden la aprobación de ese impuesto un sábado, sin vistas públicas y sin previo aviso (y sin estudios que lo justifiquen), pusieron el grito en el cielo y con razón cuando se aprobó la Ley 7 a la cañona y sin escuchar a nadie. Y muchos de los que hoy gritan y se quejan porque se aprobó este impuesto un sábado a toda prisa y a escondidas son de los que aplaudieron cuando se aprobó la Ley 7 sin consenso y se botaron empleados públicos porque, según alegan, hay empleados públicos de más.
Más allá de si esas compañías pueden o no pagar ese impuesto, lo que ha hecho Fortuño es destruir la credibilidad del Gobierno de Puerto Rico como destino de inversión, con un efecto negativo para hoy y para el futuro. Esas empresas vinieron aquí porque se les hizo una representación formal de cuántos impuestos iban a pagar. El pueblo de Puerto Rico, a través de sus gobiernos del PNP y del Partido Popular, les dio su palabra. Yo recuerdo claramente reunirme como Gobernador con los Presidentes de muchas de esas corporaciones para invitarlos y e insistirles para que ampliaran sus inversiones en la Isla y crearan empleos. Les presentábamos muchos argumentos sobre la capacidad de nuestra gente, sobre nuestros ingenieros y científicos, sobre nuestra infraestructura, sobre nuestro acceso al mercado americano y sobre los beneficios contributivos que ofrece el Estado Libre Asociado. Recuerdo, específicamente, una reunión en Washington DC con uno de ellos, que al terminar mi presentación me miró y me dijo con gran sinceridad: Gobernador, todo eso es verdad, pero la razón por la que vamos a invertir en Puerto Rico es por las ventajas en taxes. ¿Creen ustedes que después de lo que acaba de hacer Fortuño algún inversionista le va a creer al Gobernador de Puerto Rico, sea al de hoy o al de mañana?
Si como alegan, la intención era que lo que las compañías pagan aquí lo puedan deducir de su planilla federal, ¿por qué no se les llamó y se les consultó antes? ¿Por qué les ocultaron lo que iban a hacer? En el mundo industrial de Estados Unidos y del resto del Mundo, Puerto Rico es hoy la comidilla del día. Y si se leen las cartas que le han enviado al Gobernador y los artículos que están circulando en medios impresos en todo el Mundo, verán la sorpresa y la indignación por el cómo se aprobó esa ley. Cambiar las reglas de juego, la palabra empeñada, sin diálogo y sin siquiera escuchar a los que confiaron en nuestra palabra para invertir en nuestro País es anti-puertorriqueño y para ellos eso es bien anti-americano.
Lamentablemente, estamos ante otro caso en el que las consecuencias de la ineptitud, la improvisación con fines políticos y la incompetencia de este gobierno las paga el pueblo. No podemos seguir mirando para otro lado.